La característica básica del arte románico es la simpleza de sus obras, centradas más en el fondo que en la forma. Es un arte geométrico que trata de volver a las formas más primitivas. Ubicado en una cultura teológica donde el analfabetismo estaba a la orden del día, el principal objetivo será inculcar a los habitantes la religión católica, a través de imágenes simples y mensajes claros. La vida y muerte de Jesús, los santos y apóstoles, así como los mandamientos, eran imágenes recurrentes, utilizadas para expandir el catolicismo. Todo lo humano se referirá a lo divino, cumpliendo un carácter didáctico en un mundo donde la religión ostenta el centro de poder. El arte se convierte, así, en una ofrenda a dios. Recibe, además, influencia del arte romano, bizantino, germánico y árabe, presentes aún en la temprana Edad Media.
Indudablemente, la arquitectura es el elemento más importante del románico, dado que la pintura y la escultura no se explican al margen de la iglesia y el templo. Asimismo, su espacio habitual es el terreno rural. Se entiende, además, que es el clero quien controla el arte y se encarga de levantar los lugares de oración. Sólo ellos pueden leer la Biblia, y ellos son lo que la transmiten a la plebe.
El templo románico con forma de cruz latina es el monumento principal. Esta iglesia es la plasmación del alma humana, la fachada -y la portada- es el rostro, y por ello debe ser bello, aunque por dentro primará la simpleza: líneas verticales y horizontales, arcos sencillos, decoración simple… La escultura -en fachada y columnas- y la pintura, por su parte, estarán a merced del edificio sagrado. La más importante representación del arte pictórico, por ejemplo, es el Pantócrator, la representación de dios en el ábside de la iglesia. Tanto la escultura como la pintura guardan las mismas características de simpleza y geometría.
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